“El Verbo se hizo carne”
Se acerca otra Navidad. Las reuniones en familia, las cenas deliciosas y los abrazos amigos, además de bienvenidos, son inolvidables. No obstante, como afirma Altares, “desde el imperio Romano, la Navidad ha sido una lucha entre elementos religiosos y paganos, entre la fiesta y la liturgia, que se prolonga hasta nuestros centros comerciales”.[1] Considerando que el 25 de diciembre es observado en conmemoración del nacimiento de Jesucristo, los adventistas del séptimo día buscan glorificar a Dios (1 Corintios 10:31), evitando sabiamente ciertos elementos incorporados a la festividad y utilizando la ocasión “con un buen propósito”,[2]como, por ejemplo, meditar en la misión del Hijo de Dios; presentar a Dios ofrendas de gratitud[3] y ayudar a los necesitados.[4] Este artículo, enfocado en la encarnación de Cristo, presenta la grandeza de la navidad, a fin de promover reflexión seria, que resulte en respuesta adecuada a su amor. ¿Qué es la encarnación?
- La encarnación es un misterio profundo y polifacético. Como afirmó Geisler: “El cristianismo es singular entre las religiones mundiales; y la singularidad verdadera de Cristo es el centro del cristianismo”.[5] La encarnación de Jesucristo desafía la ciencia y la comprensión humana, porque “La historia de Belén es un tema inagotable. En ella se oculta la ‘profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios’ (Romanos 11:33)”.[6] ¿Cómo se hizo carne Dios por un nacimiento virginal sin relación sexual y aun así mantuvo su divinidad plena? (Mateo 1:18, 23). ¿Cómo puede alguien ser totalmente Dios y totalmente hombre? ¿Cómo sucedió la unión de la naturaleza divina del Hijo de Dios con su naturaleza humana perfecta? ¡La encarnación es realmente un misterio santo, elevado y profundo!
- El misterio de la encarnación exige una actitud adecuada de nuestra parte. Algunos prefieren combatir lo que no entienden, porque se sienten humillados ante lo incomprensible. Entretanto, la encarnación es una evidencia más de que Dios es infinitamente sabio, omnipotente y puede realizar cosas muy por encima de nuestra comprensión. Por lo tanto, es necesaria la humildad y la reverencia delante del Todopoderoso. “Debiéramos emprender este estudio con la humildad del que aprende con corazón contrito. Y el estudio de la encarnación de Cristo es un campo fructífero que recompensará al escudriñador que cava profundamente en procura de la verdad oculta”.[7] También se necesita fe, que no significa un salto en la oscuridad, sino confianza en Dios basada en las múltiples evidencias de su poder y amor ampliamente disponibles en la Naturaleza creada y, de modo especial, en su Revelación escrita (2 Timoteo 3:15; 2 Pedro 1:19-21). “Porque nada hay imposible para Dios” (Lucas 1:37).
- Dios reveló en la Biblia la encarnación de Jesucristo. Es fundamental buscar comprensión sobre la encarnación de Cristo y otros asuntos en la Palabra de Dios, porque: “Las Sagradas Escrituras son la revelación suprema, autoritativa e infalible de la voluntad divina. Son la norma del carácter, el criterio para evaluar la experiencia, la revelación definitiva de las doctrinas, un registro fidedigno de los actos de Dios realizados en el curso de la historia (Salmos 119:105; Proverbios 30:5, 6; Isaías 8:20; Juan 17:17; 1 Tesalonicenses 2:13; 2 Timoteo 3:16, 17; Hebreos 4:12; 2 Pedro 1:20, 21)”.[8] Las declaraciones de la Biblia completa nos ayudan a entender no solo la creación (Hebreos 11:3), la caída, sino que también a recibir mejor comprensión sobre el plan de redención y la necesidad de la encarnación del Hijo de Dios. En este punto cabe una seria advertencia. No debemos buscar conocimiento ni depositar fe en fuentes no autorizadas por Dios.[9] El apóstol Pablo advirtió: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8). El apóstol Juan también fue agudo al declarar: “En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo” (1 Juan 4:2, 3).
- La encarnación implicó la infinita humillación del Hijo de Dios. La encarnación es parte del misterio eterno más grande del plan de redención (Romanos 16:25), que implicó la humillación abismal y necesaria del Hijo de Dios. Según las profecías (Mateo 16:21; Lucas 24:44-47), Cristo se autolimitó, dejando su elevada posición en el trono del Universo y como siervo descendió en una “cascada” de rebajamiento hasta la muerte expiatoria en la cruz (Filipenses 2:5-9). Como substituto, murió por nuestros pecados (1 Corintios 15:3, 4; 2 Corintios 5:21) para ser nuestro intercesor legítimo junto al Padre (Hebreos 5:1-5, 7-10). Su misión incluía revelar a los hombres y al Universo el carácter de Dios en medio de sufrimientos (Isaías 52:13-53:12) y reivindicar la Ley divina, porque en el centro del gran conflicto entre el bien y el mal está el carácter de Dios y la perpetuidad de su Ley de los Diez Mandamientos (Apocalipsis 11:19; 12:17; 14; 12).
- En la encarnación, Cristo no perdió su divinidad y en la resurrección no perdió su humanidad. Jesucristo es el Verbo Creador divino y eterno que se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:1-3, 14), “totalmente divino y totalmente humano. Dios y hombre al mismo tiempo”.[10] Él “no era dos personas, sino que tenía dos naturalezas dentro de una persona”.[11] El apóstol Pablo presenta al Cristo encarnado como segundo Adán y el legítimo representante de la raza humana (1 Corintios 15:45, 47). Según Romanos 5:14, “en su papel como cabeza federal, Adán era un tipo (símbolo) de aquel que debía venir, esto es, el Señor Jesucristo”.[12] Así como sucedió primero en relación a Adán, el segundo Adán tampoco podría venir con propensión al pecado. Jesucristo no fue corrompido por el pecado a semejanza de Adán y cada ser humano, en caso contrario, también debería ofrecer sacrificio por sus propios pecados (Hebreos 7:27) y no podría ser nuestro perfecto Salvador (Levítico 1:3, 10; Hebreos 7:16; 1 Pedro 1:18, 19). “Su naturaleza espiritual estaba libre de toda mancha de pecado”.[13]
Entretanto, limitaciones evidentes e inocentes demuestran que aunque la naturaleza humana de Jesús no había sido infectada, fue afectada por el pecado.[14] Cristo encubrió su divinidad con una naturaleza humana sin pecado, pero más débil que aquella de la que Adán fuera dotado. Jesús tenía hambre (Mateo 4:2), se cansaba y tenía sed (Juan 4:6, 7); lloraba (11:35), quedaba perturbado (12:27; 13:21) y murió (Juan 19:30). En este aspecto: “La naturaleza humana de Cristo era como la nuestra”.[15] Pero, después de su muerte, Él resucitó como vencedor y llevó consigo para siempre la naturaleza humana glorificada (Juan 20:27-29; 1 Corintios 15:21-23). “Ahora, por su divinidad, echa mano del trono del cielo, mientras que por su humanidad llega hasta nosotros”.[16]
- La encarnación nos invita a aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador, a compartir su amor y las buenas nuevas de la salvación. El escritor de Hebreos invitó a sus lectores a considerar a Jesús (Hebreos 12:3). La palabra griega es ἀναλογίζομαι (analogizomaia) y significa analizar minuciosamente. Para Kistemaker y Hendriksen, “Él literalmente les dice que comparen sus vidas con la de Jesús y tomen nota de todo lo que Jesús tuvo que soportar”.[17]
Que en esta Navidad tomemos la Biblia y con el corazón abierto analicemos detenidamente el infinito sacrificio del Hijo de Dios para salvarnos. La encarnación nos invita a aceptar el sacrificio substitutivo de Cristo por nosotros en la cruz y a recibirlo como nuestro único Señor y Salvador. La invitación se extiende a compartir su amor y esta salvación tan grande. ¿Qué respuesta le dará? ¡Feliz Navidad!
[1]Guillermo Altares, “A origem do Natal: uma luta entre elementos religiosos e pagãos”, El País, https:// brasil. elpais.com/brasil/2017/12/08/cultura /1512736033 _713696 .html (Consultado el 10 de diciembre de 2017, a las 21:31h).
[2]Ellen G. White, El hogar cristiano, (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2007), p. 435.
[3]Ibíd., 482.
[4]Ellen G. White, Manuscrito 13, 1896.
[5]Norman Geisler, Enciclopédia de apologética (São Paulo: Editora Vida, 2001), p. 219, 220.
[6]Ellen G. White, El Deseado de todas las gentes, (Nampa, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1955), p. 32. De aquí en adelante: White, El Deseado de todas las gentes.
[7]Ellen G. White, Mensajes selectos, (Nampa, Idaho: Pacific Press Publishing Association, 1966), t. 1, p. 286.
[8]Manual de la Iglesia 2015, 7ª ed. (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), p. 158.
[9]A través de otro evangelio el espiritismo pretende ser un canal de luz para la humanidad, pero niega frontalmente verdades de las Escrituras como la encarnación del Hijo de Dios.
[10]L. Palau, Comentario bı́blico del continente nuevo: San Juan I (Miami, FL: Editorial Unilit, 1991), p. 48.
[11]Norman R. Gulley, Christ Our Substitute (Washington D.C.: Review and Herald, 1982).
[12]W. MacDonald, & A. Farstad, Believer’s Bible Commentary: Old and New Testaments(Nashville: Thomas Nelson, 1997, c1995), s. Romans 5:14.
[13]Ellen G. White, El Cristo triunfante (Miami, FL: Asociación Publicadora Interamericana, 1999), p. 294. De aquí en adelante: White.
[14]Amin A. Rodor, O Incomparável Jesus Cristo (Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2015), 30, 33.
[15]White, El Cristo triunfante, p. 270.
[16]White, El Deseado de todas las gentes, p. 278.
[17]S. J. Kistemaker, & W. Hendriksen, New Testament commentary: Exposition of Hebrews. Accompanying biblical text is author’s translation. (Grand Rapids: Baker Book House, 1953-2001), 15: 369.