Cuando los diez leprosos vinieron a Jesús para ser sanados, les ordenó que fuesen y se mostrasen al sacerdote. En el camino quedaron limpios, pero uno solo volvió para darle gloria. Los otros siguieron su camino, olvidándose de Aquel que los había sanado. ¡Cuántos hay que hacen todavía lo mismo! El Señor obra de continuo para beneficiar a la humanidad. Está siempre impartiendo sus bondades. Levanta a los enfermos de las camas donde languidecen, libra a los hombres de peligros que ellos no ven, envía a los ángeles celestiales para salvarlos de la calamidad, para protegerlos de “la pestilencia que ande en oscuridad” y de la “mortandad que en medio del día destruya;”2 pero sus corazones no quedan impresionados. El dió toda la riqueza del cielo para redimirlos; y sin embargo, no piensan en su gran amor. Por su ingratitud, cierran su corazón a la gracia de Dios. Como el brezo del desierto, no saben cuándo viene el bien, y sus almas habitan en los lugares yermos. DTG 313.3
*Para nuestro propio beneficio, debemos refrescar en nuestra mente todo don de Dios. Así se fortalece la fe para pedir y recibir siempre más.Hay para nosotros mayor estímulo en la menor bendición que recibimos de Dios, que en todos los relatos que podemos leer de la fe y experiencia ajenas. El alma que responda a la gracia de Dios será como un jardín regado. Su salud brotará rápidamente; su luz saldrá en la obscuridad, y la gloria del Señor le acompañará. Recordemos, pues, la bondad del Señor, y la multitud de sus tiernas misericordias. Como el pueblo de Israel, levantemos nuestras piedras de testimonio, e inscribamos sobre ellas la preciosa historia de lo que Dios ha hecho por nosotros. Y mientras repasemos su trato con nosotros en nuestra peregrinación, declaremos, con corazones conmovidos por la gratitud* : “¿Qué pagaré a Jehová por todos sus beneficios para conmigo?Tomaré la copa de la salud, e invocaré el nombre de Jehová. Ahora pagaré mis votos a Jehová delante de todo su pueblo.”3 DTG 314.
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