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martes, 30 de enero de 2018

El fratricida Caín

El fratricida Caín tuvo pronto que rendir cuenta por su delito. “Y Jehová dijo a Caín: “¿Dónde está Abel tu hermano?” Y él respondió: “No sé; ¿soy yo guarda de mi hermano?”” Caín se había envilecido tanto en el pecado que había perdido la noción de la continua presencia de Dios y de su grandeza y omnisciencia. Así, recurrió a la mentira para ocultar su culpa.
Nuevamente el Señor dijo a Caín: “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra”. Dios había dado a Caín una oportunidad para que confesara su pecado. Había tenido tiempo para reflexionar. Conocía la enormidad de la acción que había cometido y de la mentira de que se había valido para esconder su crimen; pero seguía en su rebeldía, y la sentencia no se hizo esperar. La voz divina que antes se había oído en tono de súplica y amonestación pronunció las terribles palabras: “Ahora, pues, maldito seas de la tierra, que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Cuando labres la tierra, no te volverá a dar sus frutos; errante y extranjero serás en ella”. Genesis 4:11,22
Aunque Caín merecía la sentencia de muerte por sus crímenes, el misericordioso Creador le perdonó la vida y le dio oportunidad para arrepentirse. Pero Caín vivió para endurecer su corazón, para alentar la rebelión contra la divina autoridad, y para convertirse en jefe de un linaje de osados y réprobos pecadores. Este apóstata, dirigido por Satanás, llegó a ser un tentador para otros; y su ejemplo e influencia hicieron sentir su fuerza desmoralizadora, hasta que la tierra llegó a estar tan corrompida y llena de violencia que fue necesario destruirla. Al perdonar la vida al primer asesino, Dios dio al universo entero una lección concerniente al gran conflicto. La sombría historia de Caín y sus descendientes demostró cuál habría sido el resultado si se hubiera permitido que el pecador viviera para siempre, y continuara en su rebelión contra Dios. La paciencia de Dios solo inducía a los impíos a ser más osados y provocadores en su iniquidad.
Quince siglos después de dictarse la sentencia contra Caín, el universo vio los frutos de su influencia y su ejemplo en el crimen y la corrupción que inundaron la tierra. Se puso en claro que la sentencia de muerte pronunciada contra la raza caída por la transgresión de la ley de Dios, era a la vez justa y misericordiosa. Cuanto más tiempo vivían los hombres en el pecado, tanto más réprobos se tornaban. La sentencia divina que acortaba una carrera de iniquidad desenfrenada, y que libertaba al mundo de la influencia de los que se habían endurecido en la rebelión, fue una bendición más bien que una maldición. P.P 56.3

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