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miércoles, 7 de marzo de 2018

La experiencia de dar

La experiencia de dar

La liberalidad abnegada provocaba en la iglesia primitiva arrebatos de gozo; porque los creyentes sabían que sus esfuerzos ayudaban a enviar el mensaje evangélico a los que estaban en tinieblas. Su benevolencia testificaba de que no habían recibido en vano la gracia de Dios. ¿Qué podía producir semejante liberalidad sino la santificación del Espíritu? En ojos de los creyentes y de los incrédulos, era un milagro de la gracia (Los hechos de los apóstoles, p. 277).

Debemos ser representantes de Cristo sobre la tierra: puros, amables, justos, misericordiosos, llenos de compasión, mostrando generosidad en palabras y obras. La avaricia y la codicia son vicios que Dios abomina. Son frutos del egoísmo y del pecado, y estropean toda labor en la cual se les da entrada. La rudeza y la tosquedad de carácter son imperfecciones que las Escrituras condenan categóricamente como deshonras a Dios.

“Sean vuestras costumbres [vuestra disposición y hábitos] sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré”. “Por tanto, como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia [la gracia de la liberalidad cristiana]”. “Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (El ministerio médico, p. 241).

Las tinieblas morales de un mundo arruinado suplican a cada cristiano que realice un esfuerzo, que dé de sus recursos y preste su influencia para asemejarse a Aquel que aunque poseía riquezas infinitas se hizo pobre por causa nuestra. El Espíritu de Dios no puede morar con aquellos a quienes mandó el mensaje de su verdad, pero que necesitan que se les ruegue antes de sentir su deber de colaborar con Cristo. El apóstol pone de relieve el deber de dar por motivos superiores a la mera compasión humana, porque los sentimientos son conmovidos. Da realce al principio de que debemos trabajar abnegadamente y con sinceridad para gloria de Dios.

Las Escrituras requieren de los cristianos, que participen en un plan de activa generosidad que los haga manifestar constantemente interés en la salvación de sus semejantes. La Ley moral ordenaba la observancia del sábado, que no era una carga, excepto cuando era transgredida y los hombres se veían sujetos a las penalidades que entrañaba su violación. Igualmente, el sistema del diezmo no era una carga para aquellos que no se apartaban del plan. El sistema ordenado a los hebreos no ha sido abrogado ni reducido su vigor por Aquel que lo ideó. En vez de carecer de fuerza ahora, tiene que practicarse más plena y extensamente, puesto que la salvación por Cristo debe ser proclamada con mayor plenitud en la era cristiana (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 430, 431).

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