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martes, 30 de enero de 2018

Hijos e Hijas de Dios | Elena G. de White | Innumerables ángeles

Hijos e Hijas de Dios | Elena G. de White | Innumerables ángeles

«Luego miré, y oí la voz de muchos ángeles que estaban alrededor del trono. […] El número de ellos era millares de millares y millones de millones». Apocalipsis 5:11, NBD

CUANDO CRISTO ASCENDIÓ al Padre, no dejó a sus seguidores sin ayuda. El Espíritu Santo como representante suyo, y los ángeles celestiales como «espíritus ministradores» (Heb. 1:14), son enviados para ayudar a aquellos que están peleando la buena batalla de la fe con gran desventaja. Recordemos siempre que Jesús es nuestro Ayudador. Nadie entiende tan bien como él las peculiaridades de nuestro carácter. El vela sobre nosotros y, si estamos dispuestos a dejamos guiar por él, nos rodeará de influencias para el bien que nos capacitarán para cumplir la totalidad de su voluntad respecto de nosotros.— The Youth’s Instructor, 21 de noviembre de 1911.
Nada es aparentemente más desamparado, y no obstante más invencible, que el alma que siente su insignificancia y se apoya plenamente en los méritos del Salvador. Dios le enviará a todos los ángeles del cielo en su ayuda para evitar que sea vencida.— Testimonios para la iglesia, t. 7, p. 20.
Los ángeles son los ministros de Dios, que, irradiando la luz que constantemente dimana de la presencia de él y valiéndose de sus ágiles alas, se apresuran a ejecutar la voluntad de Dios.— Patriarcas y profetas, cap. 1, p. 12.
Siempre hay ángeles presentes donde más se necesitan, con aquellos que tienen que pelear la batalla más dura contra el yo, y cuyo medio ambiente es más desalentador.— El Deseado de todas las gentes, cap. 48, p. 415.
En todas las épocas, los ángeles han estado cerca de los fieles que siguieron a Cristo. La vasta confederación del mal está desplegada contra todos aquellos que quieren vencer; pero Cristo anhela que miremos las cosas que no se ven, a saber, las huestes celestiales alrededor de los que aman a Dios para protegerlos.— El Deseado de todas las gentes, cap. 24, p. 213.

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