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lunes, 5 de febrero de 2018

Antes de la caída del hombre en el eden

Antes de la caída, nuestros primeros padres habían guardado el sábado que había sido instituido en el Edén; y después de su expulsión del paraíso continuaron observándolo. Habían gustado los amargos frutos de la desobediencia, y habían aprendido algo que tarde o temprano aprenderán todos aquellos que pisotean los mandamientos de Dios, a saber, que los preceptos divinos son sagrados e inmutables, y que la pena por la transgresión es ineludible. El sábado fue honrado por todos los hijos de Adán que permanecieron leales a Dios. Pero Caín y sus descendientes no respetaron el día en el cual Dios había reposado. Eligieron su propio tiempo para el trabajo y el descanso, sin tomar en cuenta el mandamiento de Jehová.
Al recibir la maldición de Dios, Caín se había retirado de la familia de sus padres. Había escogido primeramente el oficio de labrador, y luego fundó una ciudad, a la cual dio el nombre de su hijo mayor. Se había retirado de la presencia del Señor, desechando la promesa del Edén restaurado, para buscar riquezas y placer en la tierra maldita por el pecado, y así se había destacado como caudillo de la gran multitud que adora al dios de este mundo. Sus descendientes se distinguieron en todo lo referente al mero progreso terrenal y material. Pero menospreciaron a Dios, y se opusieron a sus propósitos hacia el ser humano. Al homicidio, cuya comisión iniciara Caín, Lamec, su quinto descendiente, agregó la poligamia, y con cínica jactancia, reconoció a Dios tan solo para sacar de la venganza prometida a Caín una garantía de su propia salvaguardia. Abel había llevado una vida pastoral, habitando en tiendas o cabañas, y los descendientes de Set hicieron lo mismo y se consideraron “extranjeros y peregrinos sobre la tierra”, que buscaban una patria “mejor, esto es, la celestial”. Hebreos 11:13,16
Durante algún tiempo las dos clases permanecieron separadas. Esparciéndose del lugar en que se establecieron primeramente, los descendientes de Caín se dispersaron por todos los llanos y valles donde habían habitado los hijos de Set; y estos, para escapar a la influencia contaminadora de aquellos, se retiraron a las montañas, y allí establecieron sus hogares. Mientras duró esta separación, los hijos de Set mantuvieron el culto a Dios en toda su pureza. Pero con el transcurso del tiempo, se aventuraron poco a poco a mezclarse con los habitantes de los valles. Esta asociación produjo los peores resultados. Vieron “los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran hermosas”. Génesis 6:2. Atraídos por la hermosura de las hijas de los descendientes de Caín, los hijos de Set desagradaron al Señor uniéndose con ellas en matrimonio. Muchos de los que adoraban a Dios fueron inducidos a pecar mediante los halagos que ahora estaban constantemente ante ellos, y perdieron su carácter peculiar y santo. Al mezclarse con los depravados, llegaron a ser semejantes a ellos en espíritu y en obras; menospreciaron las restricciones del séptimo mandamiento, y “tomáron para sí mujeres escogiendo entre todas”. Los hijos de Set siguieron “el camino de Caín” (Judas 11), fijaron su atención en la prosperidad y el gozo terrenales y descuidaron los mandamientos del Señor. Los hombres “habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias”. Al contrario, “se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido”. Por tanto “Dios los entregó a una mente depravada, para hacer cosas que no deben”. Romanos 1:21, 28. El pecado se extendió por toda la tierra como una lepra mortal. PP 60.4
*Buenos días. Bendiciones en este nuevo día.*

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