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miércoles, 7 de marzo de 2018

¿Quién ha visto el viento?

¿Quién ha visto el viento?

“El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque Ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu'” (Juan 3:8).

EI viento ha estado soplando desde el comienzo de la Creación. Un frío día de marzo, me encontré recordando los días ventosos que pasé en mi niñez. Me acordé de la diversión de aquellos días en los que mi hermano, mi hermana y yo hacíamos volar nuestras coloridas cometas. Cada ráfaga de viento hacía que nuestras cometas se elevaran más y más en el hermoso cíelo azul. ¡Qué emoción!

Aunque han pasado muchos años, y mis días de remontar cometas ya se fueron, sigo disfrutando de ver a otros hacerlo. Cualquier día de viento, me encanta ver cómo vuelan objetos de aquí para allá, en las calles, los patios o los techos. Una mañana, observé desde la puerta de entrada de mi casa una bolsita blanca de plástico que volaba en el viento. Fue a parar a un árbol frente a mi casa, meciéndose, a veces lentamente, hacia donde el viento la llevaba. Esto me hizo pensar en uno de mis poemas preferidos de Christina Rossetti: “¿Quién ha visto el viento? No has sido tú ni he sido yo; pero que los árboles inclinen sus copas es un indicio de que el viento sopló”. Dios, nuestro Creador, controla las ráfagas de viento. Nosotros solo podemos oír, sentir o ver los resultados que produce al soplar. Cuando los discípulos de Jesús experimentaron la terrible tormenta en el mar, las amenazadoras olas y los vientos feroces, y luego vieron a su Maestro calmar el viento y las olas, quedaron maravillados. Preguntaron al unísono; “¿Quién es este, que manda aun a los vientos y al agua, y le obedecen?” (Luc. 8:25).

Recuerdo otro día ventoso. Había estacionado mi auto en un centro comercial y estaba caminando hacia la entrada, cuando el viento me empujó; también se llevó mi sombrero y miré, sin poder hacer nada, cómo lo arrastraba entre los vehículos estacionados. Afortunadamente, una señora estaba sentada en su auto observando mi sufrimiento. Salió, recuperó mi sombrero y me lo devolvió con una sonrisa. Le agradecí, y le dije que Dios la había destinado a ser mi ángel en ese día ventoso.

Agradezco a mi querido Jesús por su presencia a mi lado cuando soplan los vientos de la vida. Solo él me puede ayudar a transitar los días tormentosos. Quiero confiar en sus promesas, registradas en su santa Palabra. Mi deseo para ti es que tú también puedas sentir su presencia al enfrentar cualquier viento tormentoso.

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