Hijos e Hijas de Dios – EGW*
*Jerusalén, Jerusalén… ¡La celestial!*
«Después de esto, miré y vi una gran multitud de todas las naciones, razas, lenguas y pueblos. Estaban en pie delante del trono y delante del Cordero, y eran tantos que nadie podía contarlos. Iban vestidos de blanco y llevaban palmas en las manos». Apocalipsis 7: 9, DHH
ENTRE LOS HABITANTES DE LA TIERRA, esparcidos por todas partes, hay muchos «cuyas rodillas no se doblaron ante Baal» (1 Rey. 19: 18; Rom. 11:4). «Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová y sobre ti será vista su Gloria» (Isa. 60: 2). En la pagana África, en los países católicos de Europa y Latinoamérica, en la China, en la India, en las islas del Pacífico, y por todos los rincones del planeta, el Señor tiene en reserva una pléyade de escogidos que brillarán en medio de las tinieblas, revelando claramente a un mundo apóstata el poder transformador de la obediencia a su ley.
Ya están surgiendo ahora en toda «nación, tribu, lengua y pueblo» (Apoc. 14: 6); y en el momento de la más profunda apostasía, cuando Satanás esté haciendo el supremo esfuerzo dirigido «a todos, a los pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos» (Apoc. 13: 16), para que reciban, bajo pena de muerte, la señal de lealtad a un falso día de reposo, esos fieles, «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha», brillarán «como luminares en el mundo» (Fil. 2: 15). Cuanto más oscura sea la noche, más brillantemente resplandecerán.— Profetas y reyes, cap. 14, p. 126.
Las puertas de la ciudad girarán sobre sus relucientes goznes, y todos los que hayan guardado la verdad entrarán en ella. Sobre cada cabeza se colocará una corona, mientras escuchan: «Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo» (Mat. 25: 34).
¿Quiénes estarán preparados para responder a esa invitación? Los obedientes; aquello que guardan sus mandamientos y hacen la voluntad del Señor. […] Cuando los santos ángeles pulsen sus arpas, Cristo desea que los sigamos, cantando el himno de triunfo en la ciudad de Dios.— Manuscrito 113, 1908.